En el tapiz de la existencia de Alexander había un único hilo que no podría romperse con la muerte, el dolor, la distancia, el tiempo, la guerra o el comunismo. «No hay nada capaz de romperlo —susurró Tatiana. Y con su aliento, su cuerpo y sus labios, añadió—: Mientras yo esté en el mundo, mientras respire, tú perdurarás, soldado.»

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