—No me digas «No, Ender». He tardado mucho tiempo en darme cuenta de ello, pero créeme, me odiaba, me odio. Y todo se reduce a esto: en el momento en el que entiendo a mi enemigo, en el momento en el que le entiendo lo suficientemente bien como para derrotarle, entonces, en ese preciso instante, también le quiero. Creo que es imposible entender realmente a alguien, saber lo que quiere, saber lo que cree, y no amarle como se ama a sí mismo. Y entonces, en ese preciso momento, cuando le quiero...—Le vences.—No, no lo entiendes. Le destruyo. Hasta que le resulta imposible volver a hacerme daño. Lo trituro más y más hasta que no existe.
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