(...)entre todas las razas del mundo, nuestra sed, o mejor dicho, nuestra avidez, de tesoros, de oro, de especias y de dominio, ¡oh, si!, sobre todo del dulce dominio, ¡es la más aguda, la más insaciable, la más carente de todo escrúpulo! Es esta avidez la que alimenta nuestro progreso, no sé si con fines diabólicos o divinos. Ni usted tampoco lo sabe, señor. Ni yo tengo el menor interés en saberlo. Simplemente, me alegro de que el Creador me arrojase del lado de los vencedores.

—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso...—Perdón —dijo Harry—. Pero, ¿qué es tan curioso?—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.

Él era completamente sorprendente, la verdad no sé qué era lo que más me sorprendía de Robert, si la máscara que usualmente usaba para que todos creyeran aquella actitud de hombre malo, o que en verdad, detrás de eso era un ser humano realmente increíble, debajo de toda la pinta de hombre vengativo, de alguien capaz de todo con tal de poder obtener lo que quería, había alguien realmente bueno, alguien dulce y sincero que me amaba realmente, a pesar de la horrible persona que yo era.

—Vamos, con alguien que luce como tú, probablemente hay una fila de chicas esperando llevarte a casa.—¿Y? —Estiró la mano, jalando el borde de sus vaqueros—. Estoy aquí contigo, ¿no?—Sí, lo estás —Frunció el ceño—. Algunas veces me pregunto por qué.Dawson la miró fijamente por un momento, luego se rió. No podía estar hablando en serio. No había manera que no supiera lo linda que era y como su risa atraía a las personas.

—Yo no puedo, yo te quiero más que como un amigo. Además jamás podría hacerle eso a Audrey, jamás me lo perdonaría.Él camino hacia mí y en sus ojos se veía la determinación.— ¿Por qué te mientes a ti misma?—No puedes quererme a mí, yo… yo no soy la chica buena de la historia, yo soy la chica materialista y egoísta, yo hago lo que quiera, lastimo gente con tal de tener lo que quiero. Tú debes estar con ella, con la chica que te ha amado siempre.

—Él es mi alma gemela, es mi mejor amigo. La única persona que realmente me conoce, cuando estoy con él, ya no pienso en todas esas cosas vacías, ya no pienso en el dinero, ni lo que piensen los demás. —Mis padres me miraron como si estuviera loca. —Desde que él entro a mi vida, siento que me he vuelto mejor persona, y yo sé que pase lo que pase él siempre va a aceptarme y no importa lo que pase, siempre voy a amarlo. Nada puede cambiar eso, no importa si me quitan todo lo que poseo, no lo voy a dejar.

Luego recordarás estos días como los mejores de tu vida, piensa Alejandra. Te conoces, sabes que querrás volver. Pero ya no podrás. Volver ya no será posible en cuanto compres el pasaje, en cuanto subas al avión. Sufrirás menos, es cierto. Pero nunca lograrás ser tan feliz. Tampoco lograrás amar a nadie tanto. El final de la violencia y el final del amor, piensa Alejandra, echada en su cama. La resignación, ser como las demás. Curarse, superar el primer amor, lamer las heridas hasta que cicatrizan. Hui

Leukos: blanco. De ella deriva la palabra «luz».Aima: sangre. De ella deriva la palabra «hematoma» (grumo de sangre).De la unión de esas dos palabras espantosas se obtiene otra todavía más terrible: leucemia. Así se denomina el tumor de la sangre. Un nombre que procede del griego (todos los nombres de las enfermedades provienen del griego...) y significa «sangre blanca».Ya sabía yo que el blanco era un petardo. ¿Cómo puede ser la sangre blanca?La sangre es roja y punto.Las lágrimas son saladas y punto.

—Ella ahora está pálida. Ha perdido su pelo rojo, el pelo por el que me enamoré. Y yo ni siquiera me atreví a hablar, a ayudarla, a preguntarle cómo estaba. La vi así y huí. Huí como un cobarde. Estaba convencido de amarla, estaba convencido de que llegaría hasta el fin del mundo como ella, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, hasta doné mi sangre, y luego, cuando la veo delante, huyo. Huyo como un cobarde. No la amo. Quien huye no ama de verdad. Estaba muy pequeña, indefensa, pálida, y yo huí. Doy asco.

Algunas personas proponen: «Dales a los clientes lo que quieren». Pero esa no es mi postura. Nuestro trabajo consiste en averiguar qué van a querer antes de que lo sepan. Creo que fue Henry Ford quien dijo una vez: «Si les hubiera preguntado a mis clientes qué querían, me habrían contestado: “¡Un caballo más rápido!”». La gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas. Por eso nunca me he basado en las investigaciones de mercado. Nuestra tarea estriba en leer las páginas que todavía no se han escrito.

—¿Qué tal? —le pregunto.—Más o menos, ¿y tú?—Mal, no me han dejado donar sangre para Beatrice.—¿Y eso?—Si eres menor de edad necesitas una autorización.—Me parece normal, puede ser peligroso...—¡Cuando hay amor todo es posible! ¡No hace falta ninguna autorización!—Claro... —responde Silvia, y permanece callada.—¿Qué pasa? Hoy me pareces rara...Repite mecánicamente mi penúltima frase, como si no me estuviera oyendo:—Cuando hay amor todo es posible...

Había leído lo bastante como para apreciar mi ingenio literario, pero no lo bastante como para identificar mis fuentes de conocimiento. Me encantan las mujeres así. Podía decirle cosas como: "La principal diferencia entre la felicidad y la alegría es que la felicidad es sólida, mientras que la alegría es líquida" y, escudándome en su ignorancia de Salinger, sentirme ingenioso, seductor y, porqué no decirlo, joven. Notaba que Ernie me miraba fijamente mientras yo me daba pisto, pero qué diablos, pensaba yo. Un hombre tiene derecho a flirtear.

La primera regla del Club de la lucha es: nadie habla sobre el Club de la lucha. La segunda regla del Club de la lucha es: NADIE habla sobre el Club de la lucha. La tercera regla es: la pelea termina cuando uno de los contendientes grita «alto», pierde la vertical o hace una señal. La cuarta regla: sólo dos personas por pelea. La quinta regla: sólo una pelea a la vez. La sexta regla: se pelea sin camisa y sin zapatos. La séptima regla: cada pelea dura lo que tiene que durar. La octava y última regla: si ésta es tu primera noche en el Club de la lucha, entonces tienes que pelear.

—¿Por qué sigues creyendo en Dios? ¿No estás enfadada con Él por todas las cosas malas que te han pasado?Ella interrumpió lo que estaba haciendo y se volvió hacia él. Gabriel parecía muy infeliz.—A todo el mundo le pasan cosas malas. ¿Por qué iba a ser yo distinta a los demás?—Porque eres buena.Ella se miró las manos.—El universo no se basa en la magia. No hay unas reglas para las personas buenas y otras para las personas malas. Todo el mundo sufre en un momento u otro. Lo importante es lo que haces con tu dolor, ¿no crees?

Este es un homenaje a los locos. A los inadaptados. A los rebeldes. A los alborotadores. A las fichas redondas en los huecos cuadrados. A los que ven las cosas de forma diferente. A ellos no les gustan las reglas, y no sienten ningún respeto por el statu quo. Puedes citarlos, discrepar de ellos, glorificarlos o vilipendiarlos. Casi lo único que no puedes hacer es ignorarlos. Porque ellos cambian las cosas. Son los que hacen avanzar al género humano. Y aunque algunos los vean como a locos, nosotros vemos su genio. Porque las personas que están lo suficientemente locas como para pensar que pueden cambiar el mundo... son quienes lo cambian